Mensaje a la II Cumbre Sur del Grupo de los 77 y China, celebrada en Doha, Qatar el 15 y 16 de junio de 2005.
Excelencias:
Hubiese querido estar con ustedes en esa trascendental reunión, que tiene lugar precisamente en Qatar, país hermano al que me une un profundo sentimiento de amistad derivado de las cordiales y solidarias relaciones que hemos establecido con su pueblo, su Gobierno y su Jefe de Estado.
Sin embargo, otros asuntos apremiantes no me han permitido concurrir a este encuentro. Enfrentamos los intentos del Gobierno de los Estados Unidos de dar refugio a un notorio terrorista confeso, prófugo de la justicia venezolana, responsable, entre muchos actos atroces de terror, de la voladura de un avión civil cubano en pleno vuelo y la muerte de 73 personas inocentes.
Cuba está enfrascada en una enérgica campaña de denuncia del terrorismo que nuestro país ha sufrido durante más de 45 años y que ha costado a nuestro pueblo la vida de miles de sus hijos e incalculables pérdidas materiales.
También luchamos contra la impunidad por los crímenes abominables cometidos en nuestro hemisferio al amparo de programas represivos como la denominada “Operación Cóndor” en varios países suramericanos, o las guerras sucias y campañas masivas de exterminio en Centroamérica, y para señalar a los verdaderos culpables de estos monstruosos episodios. He tenido que recibir, atender y reunirme con cientos de personalidades destacadas que han visitado nuestro país en estos días, algunos de los cuales aún permanecen en Cuba.
El orden económico impuesto al mundo por la globalización neoliberal, cobra implacablemente a la humanidad decenas de millones de vidas en las naciones más pobres de la Tierra.
Nunca antes el mundo fue tan desigual y la inequidad tan profunda.
En la actual economía mundial nuestros países están incluidos para la explotación y excluidos para el desarrollo.
Tal orden impide el desarrollo de los países del Sur, para sostener el consumismo derrochador del Norte, la agresión al medio ambiente y el agotamiento acelerado de los recursos naturales del planeta. La riqueza desbordante del Norte es el resultado de la salvaje explotación colonial y neocolonial del Sur.
La deuda externa actual de los países del Tercer Mundo continúa creciendo, y pese a que se ha pagado un total de 5,4 millones de millones de dólares entre 1982 y 2004, asciende ahora a 2,5 millones de millones de dólares y sigue actuando como instrumento para que el Fondo Monetario Internacional imponga ajustes económicos socialmente desastrosos a nuestros países.
Continuamos recibiendo cada día el retórico discurso del libre comercio, pero los aranceles que aplica Estados Unidos a sus importaciones de los países del Tercer Mundo superan en 20 veces a aquellos aplicados a los países desarrollados. El mundo rico gasta cada año 300 mil millones de dólares en subsidiar producciones agrícolas que cierran los mercados a países del Sur, mientras habla con hipocresía del libre comercio.
En el mercado financiero sin regulación son habituales los ataques especulativos sobre las tasas de cambio de las monedas. Se exige transparencia informativa a nuestros países mientras los especuladores se esconden tras el secreto. Las agencias calificadoras de riesgo amenazan con malas calificaciones a nuestros países después de premiar a empresas norteamericanas que protagonizaron quiebras fraudulentas. Estas realidades son expresión de un orden económico que se impone sólo para defender los intereses de una opulenta minoría.
El consumismo derrochador contrasta de modo hiriente con la pobreza y amenaza con arrasar las condiciones de vida en el planeta. El petróleo es un claro ejemplo.
El voraz consumo de este importante energético en Estados Unidos, donde un habitante gasta doce veces más que otro en el Tercer Mundo, mantiene una demanda creciente que amenaza con el agotamiento de ese vital recurso no renovable. Con sólo el 5 por ciento de la población mundial, ese país consume el 26 por ciento del petróleo.
Debe afirmarse con toda claridad y decisión que la verdadera causa de la crisis energética casi apocalíptica que amenaza hoy al mundo, es el gasto desmedido e irrefrenable de los países ricos y las absurdas e insostenibles sociedades de consumo que han creado. A tal ritmo de derroche energético, la oferta de petróleo o gas no podrá alcanzar jamás a la demanda, porque las reservas probadas y probables se están agotando.
Por otro lado, a más de 30 años de proclamada y prometida la meta del 0,7 por ciento, la ayuda al desarrollo no pasa del 0,2 por ciento y la de Estados Unidos es del 0,1 por ciento. Lo pagado por servicio de la deuda en el año 2004 fue, en cambio, más de 5 veces lo que recibió el Sur como ayuda oficial para el desarrollo.
Resulta ya evidente que las modestas Metas del Milenio no serán cumplidas.
El hambre sigue siendo una realidad diaria para 852 millones de personas, mientras se gasta un millón de millones de dólares en armas que servirán para matar a los hambrientos, pero no para matar el hambre.
Casi una tercera parte de los niños en el Tercer Mundo sufren retraso en el crecimiento y tienen estatura y peso inferiores a lo normal debido a la desnutrición.
Siguen muriendo cada año 13 millones de niñas y niños debido a enfermedades prevenibles, mientras se malgasta otro millón de millones de dólares en embrutecedora propaganda comercial.
Casi mil millones de adultos analfabetos y 325 millones de niños que no asisten a la escuela, demuestran cuán lejos de la más elemental equidad y justicia está el mundo.
El futuro de la Humanidad no puede ser este mundo injustificable e insostenible.
Frente a los enormes desafíos que plantea la pobreza y la injusticia en el mundo actual, el Presidente de los Estados Unidos proclama el derecho a lanzar guerras preventivas y sorpresivas contra 60 o más países. Manipula a las Naciones Unidas. Declara obsoleta su Carta y desprecia el Derecho Internacional. Convierte la igualdad soberana de los Estados en una repugnante burla.
Unámonos entonces los excluidos de siempre, para fundar un orden mundial justo, equitativo y sostenible. Preservemos y pongamos al servicio de los pueblos a las Naciones Unidas. Defendamos la paz. Luchemos por nuestros derechos, conscientes de que nada nos será donado de gratis.
A pesar de los enormes obstáculos, creemos en el valor de las ideas y los principios, y confiamos en la capacidad de lucha de nuestros pueblos.
Fidel Castro
La Habana, 12 de junio de 2005
Hubiese querido estar con ustedes en esa trascendental reunión, que tiene lugar precisamente en Qatar, país hermano al que me une un profundo sentimiento de amistad derivado de las cordiales y solidarias relaciones que hemos establecido con su pueblo, su Gobierno y su Jefe de Estado.
Sin embargo, otros asuntos apremiantes no me han permitido concurrir a este encuentro. Enfrentamos los intentos del Gobierno de los Estados Unidos de dar refugio a un notorio terrorista confeso, prófugo de la justicia venezolana, responsable, entre muchos actos atroces de terror, de la voladura de un avión civil cubano en pleno vuelo y la muerte de 73 personas inocentes.
Cuba está enfrascada en una enérgica campaña de denuncia del terrorismo que nuestro país ha sufrido durante más de 45 años y que ha costado a nuestro pueblo la vida de miles de sus hijos e incalculables pérdidas materiales.
También luchamos contra la impunidad por los crímenes abominables cometidos en nuestro hemisferio al amparo de programas represivos como la denominada “Operación Cóndor” en varios países suramericanos, o las guerras sucias y campañas masivas de exterminio en Centroamérica, y para señalar a los verdaderos culpables de estos monstruosos episodios. He tenido que recibir, atender y reunirme con cientos de personalidades destacadas que han visitado nuestro país en estos días, algunos de los cuales aún permanecen en Cuba.
El orden económico impuesto al mundo por la globalización neoliberal, cobra implacablemente a la humanidad decenas de millones de vidas en las naciones más pobres de la Tierra.
Nunca antes el mundo fue tan desigual y la inequidad tan profunda.
En la actual economía mundial nuestros países están incluidos para la explotación y excluidos para el desarrollo.
Tal orden impide el desarrollo de los países del Sur, para sostener el consumismo derrochador del Norte, la agresión al medio ambiente y el agotamiento acelerado de los recursos naturales del planeta. La riqueza desbordante del Norte es el resultado de la salvaje explotación colonial y neocolonial del Sur.
La deuda externa actual de los países del Tercer Mundo continúa creciendo, y pese a que se ha pagado un total de 5,4 millones de millones de dólares entre 1982 y 2004, asciende ahora a 2,5 millones de millones de dólares y sigue actuando como instrumento para que el Fondo Monetario Internacional imponga ajustes económicos socialmente desastrosos a nuestros países.
Continuamos recibiendo cada día el retórico discurso del libre comercio, pero los aranceles que aplica Estados Unidos a sus importaciones de los países del Tercer Mundo superan en 20 veces a aquellos aplicados a los países desarrollados. El mundo rico gasta cada año 300 mil millones de dólares en subsidiar producciones agrícolas que cierran los mercados a países del Sur, mientras habla con hipocresía del libre comercio.
En el mercado financiero sin regulación son habituales los ataques especulativos sobre las tasas de cambio de las monedas. Se exige transparencia informativa a nuestros países mientras los especuladores se esconden tras el secreto. Las agencias calificadoras de riesgo amenazan con malas calificaciones a nuestros países después de premiar a empresas norteamericanas que protagonizaron quiebras fraudulentas. Estas realidades son expresión de un orden económico que se impone sólo para defender los intereses de una opulenta minoría.
El consumismo derrochador contrasta de modo hiriente con la pobreza y amenaza con arrasar las condiciones de vida en el planeta. El petróleo es un claro ejemplo.
El voraz consumo de este importante energético en Estados Unidos, donde un habitante gasta doce veces más que otro en el Tercer Mundo, mantiene una demanda creciente que amenaza con el agotamiento de ese vital recurso no renovable. Con sólo el 5 por ciento de la población mundial, ese país consume el 26 por ciento del petróleo.
Debe afirmarse con toda claridad y decisión que la verdadera causa de la crisis energética casi apocalíptica que amenaza hoy al mundo, es el gasto desmedido e irrefrenable de los países ricos y las absurdas e insostenibles sociedades de consumo que han creado. A tal ritmo de derroche energético, la oferta de petróleo o gas no podrá alcanzar jamás a la demanda, porque las reservas probadas y probables se están agotando.
Por otro lado, a más de 30 años de proclamada y prometida la meta del 0,7 por ciento, la ayuda al desarrollo no pasa del 0,2 por ciento y la de Estados Unidos es del 0,1 por ciento. Lo pagado por servicio de la deuda en el año 2004 fue, en cambio, más de 5 veces lo que recibió el Sur como ayuda oficial para el desarrollo.
Resulta ya evidente que las modestas Metas del Milenio no serán cumplidas.
El hambre sigue siendo una realidad diaria para 852 millones de personas, mientras se gasta un millón de millones de dólares en armas que servirán para matar a los hambrientos, pero no para matar el hambre.
Casi una tercera parte de los niños en el Tercer Mundo sufren retraso en el crecimiento y tienen estatura y peso inferiores a lo normal debido a la desnutrición.
Siguen muriendo cada año 13 millones de niñas y niños debido a enfermedades prevenibles, mientras se malgasta otro millón de millones de dólares en embrutecedora propaganda comercial.
Casi mil millones de adultos analfabetos y 325 millones de niños que no asisten a la escuela, demuestran cuán lejos de la más elemental equidad y justicia está el mundo.
El futuro de la Humanidad no puede ser este mundo injustificable e insostenible.
Frente a los enormes desafíos que plantea la pobreza y la injusticia en el mundo actual, el Presidente de los Estados Unidos proclama el derecho a lanzar guerras preventivas y sorpresivas contra 60 o más países. Manipula a las Naciones Unidas. Declara obsoleta su Carta y desprecia el Derecho Internacional. Convierte la igualdad soberana de los Estados en una repugnante burla.
Unámonos entonces los excluidos de siempre, para fundar un orden mundial justo, equitativo y sostenible. Preservemos y pongamos al servicio de los pueblos a las Naciones Unidas. Defendamos la paz. Luchemos por nuestros derechos, conscientes de que nada nos será donado de gratis.
A pesar de los enormes obstáculos, creemos en el valor de las ideas y los principios, y confiamos en la capacidad de lucha de nuestros pueblos.
Fidel Castro
La Habana, 12 de junio de 2005
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